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sábado, 13 de noviembre de 2010

Yo ciudadano

Yo ciudadano

Gustavo Martínez Castellanos
Por primera vez en muchísimo tiempo, los acapulqueños y los guerrerenses vivimos una semana de esperanza; ésta que termina mientras escribo estas líneas en este miércoles lluvioso y frío aún en el puerto.

Esperanza porque los grupos políticos que gobiernan la entidad se están moviendo de distintas maneras a las usuales. Porque sus dirigentes están comprometidos en una lucha que se antoja titánica por no sólo evitar su naufragio sino por salir airosos de la tempestad en la que bogan. Porque la gente, el guerrerense anónimo que tantos malos políticos y políticas ha aguantado en las últimas décadas ha dejado escuchar su voz y ha hecho sentir su peso a través de diversos medios, inclusive la web, en una efervescencia que no tiene parangón en nuestra historia. Porque algo flota en el ambiente local –no sólo en lo político ni en lo económico- que nos hace menos predecibles. Menos encasillables en todo aquello que ha sido material para construir la leyenda negra de Guerrero. Es mucho decir que la sola declaración de Ángel Aguirre a renunciar a su partido y participar en la contienda propició esta esperanza. Pero no decirlo también sería una injusticia. Veamos por qué.

La confirmación de que Manuel Añorve sería el candidato del PRI a la guberantura de Guerrero propició que el príismo local entrara en crisis porque muchos priístas esperaban que en un auténtico ejercicio democrático el tricolor hubiera ingresado a la modernidad y hubiera actuado con lógica al momento de designar a su candidato. Pero no fue así, la parte más intolerante del priísmo suriano hizo que la balanza se inclinara a favor de Añorve. Todo mundo mira detrás del alcalde con licencia las filosas fauces del parque jurásico guerrerense. Nadie puede olvidar la profunda y dolorosa huella que su mandato dejó en la memoria colectiva. Es difícil no empatar un apellido con prácticas represivas, dolor, llanto. Familias enlutadas. Miedo. Cancelación de libertades. En fin: nuestro pasado. Nuestro gris e infame pasado de pueblo sometido constantemente a los vaivenes de la función hepática de un grupo enquistado en el poder a través de la fuerza y de las armas. Nadie quiere eso. O: muchos no queremos eso. La alternancia era la esperanza.

Pero la izquierda guerrerense que tantos y honorables hombres sembró en esa histórica lucha contra la represión, fue depositada en manos erróneas, y la memoria de los más de seiscientos muertos que cubren esta etapa de nuestro ser estatal fue ensuciada por la presencia de políticos corruptos, funcionarios voraces, burócratas insensibles. Y una prensa que aumentó sus caudales haciéndose de la vista gorda ante la traición de estos gobiernos a los claros y profundos ideales de aquellos ciudadanos que murieron, sufrieron cárcel o exilio para alcanzar un cambio. Por supuesto, esa prensa no sólo se hizo de la vista gorda ante sus excesos sino que en muchos casos lo alentó y los enalteció. En la borrachera del poder, los “nuevos” izquierdistas y muchos de viejo cuño a los que la revolución por fin les hizo justicia (la Revolución Democrática, por supuesto) olvidaron realizar todo lo que la plataforma política e ideológica de izquierda cifraba –ahora ya no sé- en sus programas: la formación de cuadros, la educación del pueblo, la vindicación del campesinado, la democratización de los centros urbanos, la búsqueda de la igualdad y el arribo a la justicia. El abatimiento de los rezagos históricos, la repartición equitativa de la riqueza y, al fin, una “Patria para todos”. En lugar de todo eso formaron una nueva casta política en la que la única consigna fue: “ahora o nunca”. Y aparecieron los Mercedes Benz, los departamentos de lujo, las amantes enjoyadas, los viajes de vacaciones con guardaespaldas. La vida a todo lo que dé que al fin de cuentas el pueblo paga: como cuando el arribo de la “otra” familia revolucionaria. Los guerrerenses tuvimos que pagar todo eso y más: la deshonra de ver bufones ascendidos a ediles. ¿Qué justifica todo eso? sólo la desconfianza, la derrota, el rechazo del pueblo que les entregó todo en un arranque de madurez política y compromiso social: Con ustedes hasta el fin. Y el fin llegó a los diez años de esa vorágine.

Algo que escuché a un taxista (aunque de escasísimos recursos económicos a veces me doy mis lujos) resume esa década que yo he bautizado como perdida: “Andamos como el tío lolo, compa –me dijo el chofer-. Ya nos acabamos los partidos y esto no tiene para dónde. Ahora, ¿por quién hemos de votar? Todos nos han quedado mal”. Es un sentimiento generalizado: quien no exclama: “Tan malo el pinto como el amarillo”, recurre a la que consideran la única salida al tremendo problema en el que nos encontramos: “Nomás las armas, maestro; ¿usté le entraría?” Mi respuesta es siempre la misma: “No, la violencia nunca será la solución a ningún problema. Debemos pensar y pensar hasta encontrar soluciones y una vez que las hallemos, debemos comprometernos a trabajar para echarlas a andar. Como pueblo, somos más que ese puñado de políticos corruptos que nos han empobrecido más y nos han mentido siempre. Sólo hay que comprometerse. Y trabajar”.

El río político en que se ha convertido esta etapa de los comicios denotaba ese desánimo: ningún aspirante del PRD concitó –ni ha concitado- las muestras de adhesión inmediata que propició la noticia de Aguirre Rivero. Y la designación de Añorve sólo dio como resultado una expresión inversa: el rechazo.

Aquella abulia y ésta descalificación dieron cuenta de que el pueblo, la masa, el colectivo, o como se le quiera llamar, no estaba ni entumecido en sus anhelos políticos ni abandonado a los caprichos de las corrientes políticas que desde hace meses se han movido en el ámbito. Esa manifestación de vida, de dinamismo, de participación por parte de la gente es uno de los más importantes síntomas de nuestra vida política porque echa por tierra la pesadumbre que resumía aquel taxista y la desesperación de quienes consideran que el levantamiento armado es el camino. Un pueblo vivo, libre en su manifestarse, animoso en sus formas, participativo a pesar de todo, es el resultado de una parte de la historia de la democracia en Guerrero. O una muestra de que el espíritu humano es más resistente que cualquier material que haya en el universo. Con ese caudal, cualquier político que desee servir como instrumento de resonancia de los anhelos ciudadanos puede ganar una elección. Y  puede ganarla fácilmente porque al tener en contra a todos los partidos y actores que han hecho de la política un basurero, tiene, por definición, a su favor a un pueblo cansado de ser obligado a vivir en ese basurero. Visto así, la noticia de Aguirre fue el detonante de la esperanza que revivió a un pueblo marchito en su ejercicio político.

Por ello muchos saludamos con entusiasmo la decisión de Ángel Aguirre Rivero por contender; más aún porque, de formarse una alianza para vencer al PRI, arribaríamos a la anhelada pluralidad en donde estén todos los partidos. Nunca más un grupo, una familia en el poder. Así -sea quien sea designado- si gana y desea gobernar tendrá que rendir cuentas a todos. Si Aguirre es elegido para representar a esa alianza, asistiremos con mucho entusiasmo a estos comicios. Y si la alianza no lo favorece, entonces yo le recomiendo al senador que busque un partido que lo postule; el que sea, el triunfo lo tiene garantizado desde que con la noticia de su salida del PRI y su ingreso a la contienda demostró su fuerza política y su raigambre, su capacidad para conjuntar voluntades y, nuevamente, reponerse a los desastres y salir airoso. Es el hombre que Guerrero necesita.

Desde este momento cuenta con mi voto.

Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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