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miércoles, 17 de noviembre de 2010

El deslinde

El deslinde
Gustavo Martínez Castellanos

Bastó que el candidato de la coalición “Guerrero nos une” Ángel Aguirre Rivero declarara que Acapulco padece una inconcebible ausencia de suministro de agua potable para que su opositor, el doctor en Derecho, Manuel Añorve, soltara muchas de las amarras que había anudado desde 2008 con el PRD en Acapulco.
En aquellos días, Añorve era un político feliz, incansable; dinámico a más no poder. Agotaba la geografía del puerto de la mano del entonces alcalde de Acapulco, Félix Salgado. Juntos, inauguraban obras. Gestionaban recursos para andadores, parques, centros comunitarios. Salían sonrientes y satisfechos en las planas de El Sur. Eran un par ahíto de trabajo y sano esfuerzo. Atrás de ellos, a un lado, en cualquier parte, el hoy diputado Fermín Alvarado Arroyo con quien hizo el dos-tres, porque el uno-dos lo hacía con Félix en Acapulco y, en Guerrero, con el gobernador Zeferino Torreblanca Galindo.
Durante ese año crucial para el perredismo, Añorve era una sombra indisoluble, una presencia silente, respetuosa, magra en los comentarios para con los perredistas y su gobierno de fantasía. Cada declaración, de darse, llevaba un “Con todo respeto” de antemano. Se cubría las espaldas. Reforzaba su alianza. Erigía una imagen. Durante la campaña para la alcaldía; sin embargo, las cosas variaron. Con cierto sarcasmo parecía anunciar una etapa luminosa de dieces y estrellitas en la frente a la salida del colegio. Su catadura redondeaba la imagen. Era un muchacho bien intencionado que sacaría adelante al municipio con golpes de fe, de publicidad y de mucho ingenio: “Que Gloria Sierra –la candidata perredista en esos comicios- les regale los tinacos; yo se los llenaré de agua”, pedía eufórico mientras su gente detenía traílers con tinacos “amarillos” y ocultaba los suyos en las periferias de la ciudad. Añorve atacaba y se escondía. A veces no con tan buenos resultados; los tráilers propios nunca han sido su fuerte, son grandes, pesados, ruidosos y si les ponía mantas con su efigie, a veces los presidentes del país se molestaban y hacían que fuera a quitarlas. (Qué hacer, los presidentes son así, nadie por encima de ellos). Pero nada detuvo la erección de ese su mundo feliz en el que por igual era cuate de priístas que de perredistas. Después, el triunfo. Uno grande; signado por un discurso, cuya modestia rayaba en la madurez: “He regresado al PRI al poder en Acapulco”; “Después, casa Guerrero”. Nunca: “He derrotado al PRD” o, mejor aún: “He demostrado que el PRD no sabe cómo hacerlo” (porque ‘Zedillo y el PRI, sí, saben como hacerlo’). O más aún: “Gané porque el PRD es corrupto”.
No, aún en aquella hora de triunfo, con prudencia cuidaba esos nexos que también podrían conducirlo a Casa Guerrero: Zeferino, Ríos Píter, Carlos Álvarez, El Sur, Félix y su Jornada. Pero, mientras depuraba esas estrategias (y otras, para madrugarle a su primo Aguirre) Añorve olvidó remediar el problema del abastecimiento del agua en Acapulco. Inició el reencarpetamiento de la avenida Ruiz Cortines; la construcción de un puente y de innecesarios camellones en la avenida Cuauhtémoc con un costo tremendo para vecinos y comercios de esas áreas, además, puso luces de pista de aterrizaje en la costera. Revisaba con lupa los avances de Pie de la Cuesta sin tomar en cuenta las protestas de los vecinos que trataban de recordarle que nadie había pedido esas obras, que ninguna era prioritaria. Vital. Y en un acto de dictadura descalificó la voz de los ciudadanos cuando lo invitaron a debatir sobre el puente Bicentenario: “Yo no voy a foritos”, dijo.
¿Y el agua? ¿Para cuándo el abastecimiento digno del agua en la ciudad? Sabe.
En efecto, durante el trienio de Félix Salgado Macedonio el abastecimiento del agua fue una chunga (pero, ¿qué no lo fue?). La destitución y reinstalación de Castro Salas; las hetarias en la nómina de CAPAMA, los gastos sin comprobar, los nexos con el “Grupo Cuernavaca” comandado por la presidenta del DIF, Evelyn Salgado; las dádivas al DIF a cambio de exención de impuestos y los insumos para la operación de CAPAMA que seguido eran secuestrados en el camino a Acapulco, aunque nadie sabía de dónde venían. Los pormenores del desgobierno de Félix Salgado Macedonio eran de dominio público. Chistes, parodias, corridos, forwards, videos. La imaginación local que también veía en la “Sirena costeña” un parentesco directo con el juglaresco alcalde perredista.
Pero, ante todo esto, el ojiverde y flamante alcalde de diez, siempre desvió la mirada y, al decir Acepto durante su toma de protesta, frente a la plana mayor del PRI y el gobernador Peña Nieto, aceptaba también cargar con todos los problemas que de antemano sabía que el excéntrico mundo de Félix había creado. Y no protestó ni al inicio, ni a la mitad, ni al final de su corto mandato de 17 meses. Los nexos con Zeferino se reforzaron, el gobernador ha de haber pensado: “Un digno sucesor: ¡aguanta todo! ¡Qué empaque para apechugar los errores de su antecesor! ¡Qué bizarría para aparentar que todo está en orden para que después la patria se lo demande al que le siga!” Y los diferendos, las ofensas, los manazos y patadas mutuos quedaron en el olvido: ¡Viva la continuidad, carajo!
Pero Aguirre decidió renunciar al PRI y encabezar la Coalición de partidos de izquierda “Guerrero nos une”. Y la realidad decidió continuar: En Acapulco no hay agua. Hay un montón de obras a medio hacer; pero agua, no. En su megamítin ante 60 mil acapulqueños Aguirre sólo declaró esa inamovible verdad. Eso no le gustó al doctor en Derecho Manuel Añorve. Y ante la aceptación de los acapulqueños de que el Acapulco de diez no era un proyecto sino sólo un slogan, decidió romper las alianzas y empezó a culpar, tarde y mal, a los verdaderos culpables: Félix, Zeferino, el PRD. Y se deslindó de ellos.
Hizo algo peor: definirse. Al quitarse el disfraz, salió de la indefinición, de lo volátil y dinámico. Adquirió peso, cuerpo. Rostro e ideología: la alcaldía de Acapulco sólo fue un escalón en el camino a Casa Guerrero. Y el PRD y esos perredistas, aliados momentáneos.
Los errores no paran ahí: al criticar iteradamente las declaraciones de Ángel Aguirre, Añorve se ha convertido en un tenue reflejo de la luz que aquél dimana. Se ha puesto por debajo y por detrás de Ángel. Ha regresado trece años en su biografía.
 Después de la acusación contra Félix y su caótica administración, misma que El Sur publicó en primera plana, vino el atentado a ese medio que desde el 2008 había apoyado a Añorve a catapultar su carrera y su regreso a las grandes ligas. Después, arremetió contra Zeferino. Más tarde, contra el PRD: el partido de las promesas incumplidas. En un momento, todos pensamos que también blasfemaría, pero se detuvo a tiempo. Se volvió lépero, vulgar, bajuno, echador y pendenciero. Pero de ahí no pasó. Y no ha pasado.
Su deslinde, así, puede ser visto como total: en el PRD y en la supuesta izquierda local ya nada le queda a Añorve. Deberá seguir solo con el PRI, su partido de siempre.
Aquellos que pensaron y dijeron que un mitin de 60 mil acapulqueños no servía de nada, no podrán aceptar que para que la política en Guerrero tomara el cauce natural y pudieran apreciarse las dos visiones en pugna en estas elecciones era necesaria una sola reflexión ante una ciudadanía ofendida, engañada. Sedienta: No hay agua en la ciudad. Los acapulqueños pagamos el agua pero la CAPAMA     priísta no nos la proporciona.
Ahora, el elector, el ciudadano común, podrá elegir con mayor amplitud y conocimiento. Gracias por eso.

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