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martes, 4 de enero de 2011

EDITORIAL

Las expulsiones priístas

La Jornada Guerrero 04/01/11

El Partido Revolucionario Institucional ha cometido sin duda un error estratégico al expulsar a sus diputados que expresaron su simpatía abierta por el candidato de la coalición Guerrero nos une, Ángel Aguirre Rivero.
El resultado se ha visto en el Congreso local, donde los expulsados conformaron una fracción independiente, con la cual en la práctica se ha quebrado el acuerdo de gobernabilidad que le permitiría al PRI tener el control por un tiempo del órgano legislativo, pues el tricolor ya no tiene suficientes legisladores para ello.
A contrapelo con la realidad, los priístas profundizaron ayer en la separación de quienes por voluntad propia se mantienen dentro de ese partido, al dar fin al proceso de expulsión con el despido de los legisladores locales y el federal Sofío Ramírez Hernández.
Se ha dicho con insistencia que de haber aceptado la inédita situación de diputados que apoyan al candidato de otro partido, el PRI mantendría su fuerza en el Congreso, pues los legisladores le habían ofrecido lealtad en ese aspecto, y hubieran podido mantener el control. Pero no fue así, y hoy los priístas quedaron arrumbados, como el patito feo, sin fuerza alguna.
Al final de cuentas, no es la primera ocasión en que el tricolor enfrenta a simpatizantes que apoyan a un candidato de otro partido. Ocurrió en Acapulco, cuando en la elección de 2005 priístas conotados del puerto, como Óscar Rangel Miravete –ahora secretario de Desarrollo Social del municipio– y no pocos seguidores del ahora candidato Manuel Añorve, como Rosendo Rodríguez Serralde, apoyaron de manera abierta al candidato de Convergencia, Luis Walton Aburto y se tomaron, así lo dijeron, unas vacaciones.
En esa ocasión el PRI calló, y cuando vino su momento pudo recuperarse atrayendo a esos disidentes a su redil.
Ahora, en cambio, los expulsa, rompe con ellos y, paradójicamente, se excluye a sí mismo del juego de poder en el Palacio Legislativo. No deja de ser una paradoja el hecho de que, al castigar a su disidencia interna, el tricolor se inflinge un castigo mayor del que aplica.

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